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¿Cómo está viviendo nuestra Iglesia latinoamericana la crisis de los abusos sexuales? ¿Qué pasos viene dando para enfrentarla? ¿Qué desafíos tiene por delante? ¿Puede ofrecer al mundo católico una contribución propia, desde la originalidad de su modo de ser Iglesia y su experiencia de comunión episcopal y pastoral?
Del 6 al 8 de noviembre de 2109, en la sede de la Pontificia Universidad Católica de México, y organizado por el CEPROME (Centro de Protección de Menores), tuvo lugar el Congreso latinoamericano de prevención de abusos sexuales.
El CEPROME ha nacido en el seno de dicha Universidad con la finalidad de promover estudios interdisciplinares sobre la problemática de los abusos y la formación de agentes pastorales en la prevención de esta compleja problemática humana, que tanto afecta a la Iglesia.
En este Congreso, participaron más de doscientas personas: obispos, presbíteros, académicos, terapeutas, laicos y laicas involucrados en la prevención. También algunas víctimas sobrevivientes de abusos cometidos por clérigos. Si bien prevalecía la presencia mexicana, éramos varios los participantes de diversos países de nuestra América.
Las jornadas fueron intensas, sea por el horario, el trabajo y las intervenciones (de primer nivel), pero, sobre todo, por la densidad del tema abordado y el modo cómo repercutía en el corazón de los participantes: el drama humano que constituye el sufrimiento de miles de personas, tanto las víctimas directas como también las secundarias (familiares, amigos, comunidades cristianas, etc.).
El foco estuvo puesto en la prevención. Entre otras cosas, esto significa intentar comprender del modo más holístico posible la dinámica del abuso en una realidad como la de la Iglesia católica. Esta verdadera plaga social, sin embargo, se verifica en la comunidad eclesial con rasgos propios. No se trata de situaciones individuales y aisladas: este sacerdote que abusa, este obispo o superior que actúan mal. Se trata de un sistema de relaciones que aparece, hoy por hoy y por efecto de esta crisis, con numerosas fallas estructurales. Amadeo Cencini lo resumió en una frase que impactó profundamente. Al mostrar que el porcentaje de sacerdotes abusadores, si bien puede ser similar al de otros grupos, responde a una dinámica eclesial de debilitamiento espiritual. Señaló: “el escándalo de unos pocos es la consecuencia de la mediocridad de muchos”. Para pensar.
Atender, por tanto, al sistema eclesial en su conjunto, a su buena salud, tanto como a su complejidad y originalidad es un paso fundamental para cualquier proyecto preventivo que pretenda alcanzar resultados razonables.
En 2012 tuve la oportunidad de participar en el Simposio organizado por la Universidad Gregoriana con los auspicios de la Santa Sede: “Hacia la curación y renovación”. De esa fecha hasta el presente, la Iglesia misma ha ido creciendo en la conciencia de las dimensiones de esta honda crisis, pero también en los factores que están en juego a la hora de prevenir, purificar y sanear su vida eclesial. Es muy alentador.
Si bien, durante el desarrollo del Congreso, fue imposible no evocar los aspectos jurídicos y canónicos de esta problemática, al poner el acento en la prevención, y a partir de la rica experiencia que ya hay en la Iglesia en esta realidad, el discurso fue más amplio y, como dijimos, de naturaleza holística.
Desde diversas intervenciones, por ejemplo, se insistió en la necesidad de hacer un enfoque deliberadamente pastoral, es decir, propiciar una sólida mirada teológica y espiritual de esta problemática. Y, desde esta perspectiva, asumir los diversos cauces por los que debe transitar la respuesta eclesial de nuestras comunidades al problema de los abusos, tanto en los dolorosos casos dados o por darse, pero, sobre todo, en la generación de una cultura del cuidado, la prevención y una sistemática supervisión de nuestro accionar eclesial.
Esta mirada teológico espiritual supone, al menos, dos enfoques: en primer lugar, una lectura teológica de la realidad de la vulnerabilidad humana y de la acción salvadora de Cristo, acogida y sacramentalizada por la acción pastoral y reparadora de su Iglesia. Esto afecta, de lleno, al ministerio pastoral, cuya figura visible -al decir de Amadeo Cencini, uno de los expositores- debe tomar la forma de la compasión de Cristo que, como Buen Pastor y Samaritano, hace lugar en sí mismo a toda forma de fragilidad humana. Obviamente, este enfoque plantea exigencias muy fuertes a la formación espiritual, humana y pastoral de los futuros pastores y consagrados. Pero también, afecta de lleno a la vida eclesial.
De aquí surge otro enfoque, muy presente en las diversas intervenciones: la respuesta de la Iglesia a los abusos, especialmente a la hora de prevenir, debe ser de naturaleza “sinodal”. Es toda la Iglesia, en su variedad de carismas y ministerios, la que debe descubrirse sujeto activo de esta acción pastoral.
En este contexto, el ministerio de los pastores, especialmente de los obispos, adquiere un relieve particular. Por una parte, es indelegable que el obispo ha de presidir esta toma de conciencia y la misma acción preventiva de la Iglesia. Pero, por otra parte, los obispos (y, en su grado, los demás ministros: presbíteros y diáconos) hemos de estar escrupulosamente dispuestos a rendir cuentas de nuestra responsabilidad (“accountability”) y a ser transparentes con la información en esta materia. Se estuvo de acuerdo que, en estos puntos (trabajados en la cumbre de febrero en Roma) son aún hoy un punto frágil de nuestra vida eclesial.
Se trata, por tanto, de avanzar en una teología, espiritualidad y práctica pastoral centrada en el misterio del amor de Cristo Salvador, que cura el mysteriuminaequitatis, presente en su Iglesia. Temas clásicos como: pecado, gracia, redención, reparación, gracia que previene y sana, etcétera, pueden ser releídos desde la experiencia que está suponiendo esta crisis eclesial. Por ejemplo: la reparación económica, incluso cuando la justicia secular reconozca la prescripción del delito, la Iglesia la hace desde la entraña de la misión pastoral que Cristo le ha confiado (un tema que mereció un interesante intercambio entre los participantes y MonseñorScicluna).
Pero también, la teología y espiritualidad tienen un rol fundamental para desarrollar una respuesta pastoral más integral, sosteniendo sólidamente a todos los que están empeñados de manera más directa en la escucha y acompañamiento de las víctimas, en el desarrollo de acciones proactivas para la prevención, no menos que en los procesos canónicos y judiciales que suponen. El estrés que supone estar involucrado en estos temas no es un dato menor para tener en cuenta.
El CEPROME de la Universidad Pontifica de México está cumpliendo un rol fundamental en la respuesta de nuestras Iglesia a esta problemática. Ofreciendo formación a agentes de toda América latina, incorporando docentes también de nuestros países, investigando y coordinando el intercambio de las prácticas preventivas ya en curso, podrá ayudarnos a ofrecer una contribución genuina, que recoja con inteligencia la rica vivencia que las Iglesias particulares de América latina tienen de comunión, de trabajo pastoral en común, de intercambio de experiencias y de recursos humanos y materiales.
El Consejo pastoral de protección de menores y adultos vulnerables de la CEA está coordinando con el CEPROME la participación de agentes de pastoral de nuestro país en los diplomados que el Centro ofrece. Esperamos que esta instancia formativa se aprovechada por muchos.
El jueves 7 de noviembre, la intensa jornada de trabajo culminó con una sentida Celebración Penitencial presidida por el arzobispo de San Salvador. Escuchamos juntos la Palabra del Señor (el relato de Emaús) y, también en comunión, pedimos perdón por este pecado que es también un cruel delito que ha herido a demasiadas personas. Al concluir escuchamos el testimonio de dos víctimas (una joven y un joven mexicanos), marcados por el abuso pero que, acompañados por diversas personas, han podido crecer como sobrevivientes, reincorporándose desde esa dura vivencia, a la vida eclesial.
Nuevamente, la escucha de las víctimas fue la experiencia bisagra de todo. En esas voces escuchamos la Voz del Crucificado. Y también renació la esperanza. También el compromiso.
Córdoba (Argentina), Martes 12 de noviembre de 2019.
†Monseñor Sergio Buenanueva
Obispo de San Francisco, Córdoba
Coordinador del Consejo Pastoral para la Protección de Menores y Adultos Vulnerables
Conferencia Episcopal Argentina